DOS SIGLOS (XV Y XX) FRENTE A FRENTE EN EL CASTILLO DE COCA

Ayer, bastión de los Fonsecas; hoy, Escuela de Capacitación Agrícola y Forestal
Un aljibe con dos cadáveres de soldados de Napoleón / El “misterio” de las columnas del patio de la fortaleza

La grandiosa torre del homenaje, destinada a museo

Cuando se llega a la entrada de la villa de Coca, ya uno va completamente saturado de esas inmensas, agobiantes y tremendas llanuras que caracterizan el campo castellano, salpicadas de trecho en trecho por una ermita sencilla, recoleta, que rompe la monotonía del verde unas veces, otras del ocre de la tierra, en un símbolo perenne de la fe de un pueblo, que se conservan en pie desde tiempos ancestrales.
A uno, particularmente, estas llanuras le dejan en el alma, a la vez que una viva inquietud ante su patente grandeza; un cierto ansia de emprender por ellas cualquier pequeña aventura, avanzando hacia un sitio incognoscible a través de kilómetros y kilómetros de tierra, sin que se logre llegar a ese fondo desvaído de azuladas montañas que cierran a la vista la oportunidad de seguir contemplando la llanura en su inmensa grandiosidad.
Por eso, se encuentra un poco de reposo en los ojos cuando la vista tropieza, a un margen u otro del camino, con un pueblecito, por humilde y recogido que sea. Su torre parroquial se yergue hacia un mar de nubes grisáceas que se abre sobre ella, a muchos metros de altura, mientras le llegan al viajero suaves rumores de la vida del pueblecillo. Porque éste, bajo su aparente inmovilidad, encierra, aunque no la veamos desde el camino, una vida palpitante, con sus problemas, chicos o grandes, con sus aspiraciones y con sus alegrías y tristezas.
O bien cuando se estrellan nuestras miradas con los frondosos bosques de pinos que flanquean largos tramos de carretera y que, con sus troncos heridos y destilantes bajo las redondas copas, son como un pregón de la gran riqueza resinera de la vieja villa caucense.
Desde una pequeña distancia, se lleva la impresión de que Coca cierra definitivamente el camino por el que se avanza. No se aprecia, hasta que se llega al pie del Arco de la Villa -punto de arranque y fin, en sus tiempos de esplendor, de la muralla que circundó la localidad- que la carretera se desvía y sigue ofreciendo la intrigante incógnita de la novedad que puede aguardarle kilómetros más allá.
Pero, por esta vez, nosotros hemos tenido que rechazar esa oferta desinteresada, cambiándola por el placer de cruzar el viejo arco, de carcomidas piedras por la acción del tiempo, y adentrarnos en la villa, en busca, precisamente, de las dos caras que había de ofrecernos, momentos más tarde de nuestra llegada, el célebre y magnífico castillo de los Fonsecas.

“Se prohíbe el paso”

Ante la puerta de entrada a la fortaleza nos detenemos. La vista recorre, desde el fondo del foso, todo lo alto de los muros, hasta llegar a la cima de la gran torre del homenaje.
“Cinco siglos nos contemplan”. Se queda uno algo suspenso (absorto, pasmado, maravillado), esperando quizá que el centinela de turno conteste a un “¡Ah, del castillo!” que no hemos gritado. Pero el vuelo esporádico de la imaginación hacia el siglo XV, en cuyos finales fue construida la fortaleza, o hacia alguna época posterior, se va tronchando apenas se deja posar la vista sobre un cartelón que campea, en inadecuada sustitución de escudo nobiliario, sobre la puerta de entrada al castillo: “se prohíbe el paso”. Y a través del hueco que nos deja la hoja abierta, una activad totalmente contraria al espíritu del castillo, se destaca bajo la tarde plomiza entre runruneo de una hormigonera, motor de un camión, chirriar de poleas y voces enérgicas, que no hablan precisamente de torneos ni cacerías regias, sino de cemento, hormigón, cimientos… todo un vocabulario de la moderna técnica de la construcción, cuya sola mención choca con enorme violencia contra las resistentes e imponentes muros de ladrillo y cal que forman el castillo.
Cuando atravesamos el puente que se alza sobre el profundo foso, hoy ya limpio totalmente de escombros, el primer recinto del castillo, que rodea el cuerpo central, se aparece ante nosotros convertido en un centro de movimiento, de trabajo, de ir y venir de hombres, que prestan su esfuerzo en la reconstrucción que se está realizando del castillo, donde ahora va a ser creada una Escuela de Capacitación Agrícola y forestal, dependiente del Ministerio de Agricultura, a cuyo cargo corren los gastos que originen la reconstrucción, las nuevas edificaciones y la conservación de la fortaleza.

Ruido y silencio.

El patio central del castillo, antiguamente de proporciones no muy grandes, pero ahora aumentadas al haber desaparecido las construcciones que le circundaban, también es centro de una gran actividad. Por un lado, se echan cimientos de hormigón, por otro se excava la tierra para construir los sótanos, más allá se arrancan trozos de ladrillo y cal de los antiguos cimientos… Por eso resulta un contraste quizá demasiado fuerte el ruido existente en este lugar, como a la entrada de la fortaleza, con la parte posterior del castillo, que mira a la vega del Voltoya, donde el silencio es poco menos que palpable, roto tan solo por nuestras voces, que cobran una vida más densa, sobre todo en el foso, junto a la entrada a los pasadizos por donde marchaba el agua en dirección al pozo del castillo, para servir a sus moradores. Una vista, pocos menos que inédita del edificio se puede contemplar desde este lugar. Según nos informaron, hasta hace poco tiempo permaneció todo este sector cubierto de escombros, por lo que el paso por el mismo resultaba muy incómodo y peligroso.
Pero desde que en febrero del corriente año se iniciaran los trabajos de descombro, el foso de la fortaleza ha cobrado nueva vida, tiene otra perspectiva más señorial, y ofrece al visitante, la oportunidad de rodear el castillo en su totalidad, gozando con sus innumerables encuadres en cada una de los cuales se descubre, a cada momento, un atractivo nuevo.

Los “misterios del foso”

Tiene este foso dos “misterios”, uno de los cuales ya ha sido descubierto, faltando por desvelarse el otro en su totalidad. Este último es un pasadizo, que se abre en el muro frente a la fachada principal de la fortaleza, y que se empezó a descombrar, pero al llegar aproximadamente a los 25 metros, se hundió, por lo que, de momento, hubo que suspender los trabajos. Es creencia que este pasadizo conducía al antiguo convento de los Franciscanos.
El otro “misterio” ya no es tal. Se trata de una red de galerías que se extienden bajo el muro e incluso una de ellas bajo el piso del foso, camino del castillo, en cuyo centro existe un pozo al que esta galería llevaba el agua, cuyo origen estaba en un manantial que todavía existe, por lo que la entrada a estas galerías se encuentra casi completamente anegada.

Incrustaciones del siglo XX en el XV

Del patio central de la fortificación sólo queda un vestigio: un aljibe recubierto con pintura coloreada que el tiempo no ha sido capaz de desgastar. Y a su alrededor se encuentran, en extraño caos, montones de ladrillos resistentes –material empleado en la construcción del castillo- sacos de cemento, picos, palas, ladrillos “de ahora” y maderas también de hoy. En los lienzos de las cuatro paredes, señales bien patentes e inequívocas del lugar que ocuparon diversas habitaciones. En algunas de ellas todavía la pintura se conserva fresca y viva, dejando ver escudos y grecas de trazas irregulares, bien conservadas a pesar de estar haciendo frente constantemente a la furia de los elementos.
El aljibe al que hemos hecho referencia estaba cubierto por una resistente bóveda, que ahora ha sido derribada, la cual tan sólo poseía un pequeño agujero por el que se empezó a sacar el escombro que había en su interior. Durante esta tarea, se descubrieron en el fondo del aljibe los restos de dos cadáveres humanos, así como unos trocitos de tela verde, todo lo cual se cree perteneciente a algunos soldados franceses de los que hubo de guarnición durante la invasión napoleónica.
En este patio central, pero con cimientos nuevos, sin utilizar los primitivos, se va a construir ahora el edificio que albergará a la Escuela Agrícola y Forestal. A pesar de que éste tendrá cuatro plantas, no rebasará la altura de las almenas, por lo que desde fuera no será visto, y sí tan solo cuando se penetre en el interior del segundo recinto de la fortaleza.
El nuevo edificio constará de una alta arcada, bajo la que se cobijarán dos pisos, el primero de las cuales será destinado a cocina, biblioteca, cuarto de estar, laboratorio… siendo el segundo de ellos para las diferentes aulas de la Escuela.
El tercer piso se encuentra situado en otra galería, encima de la anterior, circundada por una afiligranada barandilla y contando con varias de las columnas que en su día flanquearon el patio central. Bajo esta galería hay otro piso, destinado a dormitorio, y sobre éste, teniendo delante el tejado que cubre de aguas a la anterior galería, la cuarta y última planta, igualmente destinada a dormitorios.
En los sótanos irán las calderas, almacén de carbón, lavadoras, etc.
Las cuatro fachadas de esta construcción serán recubiertas de ladrillo rojo, con objeto de buscar así una mayor armonía con el resto del conjunto monumental.

Otro “misterio más”

Este no se encuentra en el foso. En realidad, no se encuentra en ninguna parte, pero no deja de serlo tampoco el hecho de que del elevado número de columnas de mármol de Italia que formaron la doble galería corintia que presidió el patio de armas del castillo, en las épocas de mayor esplendor, no quede dentro del recinto ninguna de ellas ¿Dónde fueron a parar? ¿Quién se las llevó? ¿Por qué motivo? Una serie de preguntas muy difíciles de contestar, aunque el Ayuntamiento de Coca, tras constantes gestiones, pudiera responder en una última parte a estas cuestiones, porque ha logrado localizar ocho de estas desaparecidas columnas.
Seis de ellas han aparecido en Íscar, todas en una casa, cuatro dentro de una habitación en la cual hay también una chimenea de mármol que ostenta el escudo de la familia de los Fonsecas, autores de la construcción del baluarte. Las otras dos columnas se hallan en otra dependencia de la misma casa.
Dos columnas más se han encontrado en los soportales de la plaza mayor de Olmedo, estando éstas peor conservadas debido a la acción de los elementos, a los que tienen que hacer frente sin resguardo alguno.
Al parecer, las columnas halladas en Íscar fueron llevadas allá en 1860 por un administrador que tuvo el castillo, llamado Maldonado, y se dice que fueron vendidas cada una en la cantidad de cincuenta pesetas.
El Ayuntamiento de Coca se ha apresurado, por lo tanto, a adquirir estas ocho columnas, por lo que en breve se reintegrarán a su primitiva procedencia

La torre del homenaje

Se pensó en un principio, en convertir la torre del homenaje del castillo de Coca en silo del Servicio Nacional del Trigo, pero hubo que deshechar la idea en el momento en que se apreció las condiciones de la misma. Exteriormente resulta gigantesca, y en capacidad parece enorme; sin embargo su interior ofrece un aspecto totalmente distinto, más recogido, infinitamente más pequeño. Ello se debe a la constitución verdaderamente fantástica de sus muros, que tienen un espesor de unos cuatro metros. Por ello, la idea del silo hubo que dejarla a un lado, y en su lugar se construirá un almacén en la carretera a Nava de la Asunción, dentro de la zona industrial.
La torre del homenaje, que será convertida en museo donde figurarán los restos hallados en el castillo, tiene ahora solamente tres plantas. Cuando se acabe la reconstrucción, contará con las cuatro que en realidad posee, pero la primera y la segunda se han fundido en una sola, a medida que el tiempo va pasando y el piso se ha desmeronado, hasta fundirse en una sola con la planta baja. Sin embargo, siguiendo la ascensión emprendida por la escalera de la torre, iluminada sólo de trecho en trecho por orificios de muy escasos centímetros de anchura, se llega a la tercera planta, que es la mejor conservada, y que ofrece un atractivo aspecto. Sus cuatro paredes están decoradas con dibujos en rojo y negro, con la particularidad de que sólo uno de los cuatro lienzos que formaba la habitación tenía dibujos distintos. En el techo, como vértice de los nervios, también adornados, que unen el centro de la cubierta con cada uno de los cuatro esquinazos de la sala, campea un escudo con las cinco estrellas de los Fonsecas. Tiene también el hueco destinado a una chimenea, adornada igualmente con grecas y caprichosos dibujos.
Más arriba, la cuarta planta está totalmente destrozada. Sólo se conservan en mejor estado los pequeños pasadizos que hay desde la misma a las dos ventanas que le dan luz, en los cuales se aprecian todavía más grecas y adornos.
Desde el coronamiento de la torre, el paisaje cobra una vida maravillosa. Por entre las medio derruídas almenas se nos ofrece, por un lado, el pueblo en su sencillez, con la torre de San Nicolás y la de la parroquia de Santa María rompiendo la monotonía del caserío; por otra, las inmensas llanuras, a otro costado, la zona industrial, y por el cuarto, el valle del Voltoya, todavía cubierto de arena como consecuencia de las recientes inundaciones. Unas enormes manchas de pinos –riqueza primordial de Coca- rompen a veces el verdor resplandeciente de las llanuras. La tarde sigue amenazando lluvia, y por entre un espeso cortinaje de nubarrones de fuertes tonalidades grises surgen, rasgándoles, los últimos vestigios de un vivo amarillento que va dejando el sol en su inalterable camino hacia el ocaso….

EL PARQUE NUEVO

Precisamente, en esta vertiente, al pie de la fachada posterior del castillo, partiendo desde el pueblo hacia el río Voltoya, y desde un pequeño montículo cercano al cementerio hasta la carretera de Santiuste, en un terreno cedido por el Ayuntamiento, se va a construir un hermoso parque, que alcanzará la zona conocida con el nombre de El Cañuelo.
Se mira este paraje con fruición, y se imagina uno la belleza del parque que en el mismo será construido. Y si, en un movimiento de rotación, le volviésemos la espalda para mirar por una vez más al castillo, nos viene a la memoria el plazo de doce meses en que han de finalizarse las obras en el mismo. El trabajo se tiene que activar, porque aún queda mucha labor por delante… Y en la confianza de que los doce millones de pesetas presupuestados para la restauración serán bien empleados, dejamos otra vez vagar la vista por el paraje que nos rodea, aspirando ansiosos a su belleza para que luego, cuando dejemos atrás de nuevo el Arco de la Villa, nunca se nos pueda borrar de la imaginación.

PABLO MARTÍN CANTALEJO
EL ADELANTADO DE SEGOVIA, miércoles 2 de mayo de 1.956