Apuntes sobre el jarro tartésico hallado en Coca

El jarro en cuestión corresponde, por su tipología, a la primera mitad del siglo VII a.C., un momento en el que ya se tiene constancia de la habitación del solar caucense, en lo que hoy día es el cementerio, y, como defiende Blanco García en su tesis doctoral, es posible asociarle a ese poblado estable, con necrópolis asociada y que cuenta con materiales de influencia meridional; debemos de tener en cuenta que existe una distancia física considerable entre lo que era esa zona habitada, el espigón interfluvial, hoy día el cementerio, y la zona del instituto, y también, que aunque no se han publicado las conclusiones de la excavación realizada en el solar del Colegio Menor para la ampliación del instituto, parece afirmarse la ausencia de materiales de la época (qué sería la denominada Hierro I o Soto de la Medinilla) en un lugar tan próximo al del hallazgo. La mayoría de investigadores no se han mostrado contrarios a considerar la llegada del jarro en esa época, concretamente creemos que a mediados o finales del siglo VII a.C.
Físicamente el jarro mide 21,7 cms. de alto, consta de dos cuerpos, con el superior troncocónico y separado del inferior, el del vientre, por una baqueta; se puede destacar la sencillez de la unión del asa a la boca y sobre todo, la característica que podemos considerar esencial, es la unión de la parte baja del asa, formada una palmeta de catorce pétalos, de 3,8 x 3,5 cms., unida al asa por dos volutas. Estas características le hacen pertenecer al grupo A de la clasificación de A. Blanco, y encuadrarlo dentro de los más pequeños de la serie con que contamos hasta el momento, según la clasificación de García y Bellido.
El jarro, según algunos investigadores, sería un objeto destinado a rituales, en compañía de otros como los braserillos (tenemos constancia de uno en La Mota, Medina del Campo) y los timiaterios. Podríamos señalar como serían objetos de prestigio destinados a las élites locales de los asentamientos con los cuales entrarían en contacto los mercaderes fenicios o quienes comerciaban con éstos en el ámbito extremeño, y destinados a ganarse las voluntades de los primeros con fines de explotación comercial.
En cuanto a su origen, algunos investigadores consideran, por la analogía con algunos jarros similares, que fue elaborado en un taller del Mediterráneo Oriental, tal vez chipriota, mientras otros consideran que sería un producto elaborado en la zona de la ría de Huelva.
Sobre como llegaron al Sur del Duero, debemos de señalar brevemente el modelo propuesto por Susan Frankenstein, según el cual, los asentamientos realizados por los fenicios con fines comerciales pasarían por tres fases; una primera de contacto comercial, apoyado por la metrópoli (la ciudad originaria de los comerciantes); la prosperidad comercial daría paso a la segunda fase, en la cual se conseguiría un grado suficiente de autonomía productiva y un afianzamiento de los lazos comerciales que llevarían a la tercera, en la cual el asentamiento se convertiría en colonia independiente, rompiendo los lazos que la unían a la metrópoli en el sentido comercial (no en otros como el religioso). Para que todo esto funcionase correctamente, sería necesario un incremento constante de la relación comercial, motivo que nos lleva a considerar básica la expansión territorial.

Estos contactos se hacían siempre en base a buscar el máximo beneficio y sobre poblaciones inferiores culturalmente. Con estos objetos de prestigio se conseguiría obtener unos beneficios basados en el bajo coste que les supondría la fabricación en relación a lo conseguido, el denominado modelo de “intercambio desigual”. Así, las poblaciones que recibían la influencia comercial iban introduciéndose en el sistema productivo al tiempo que recibían una aculturación que, a grandes rasgos, podemos considerar gradual en la Península, considerando a tartessos como la más influía, la zona de los palacios extremeños como en fase de aculturación y la del sur del Duero, donde los contactos no pasaron de esporádicos, siendo por tanto la aculturación mínima, quizá en una fase de engrandecer y diferenciar a las élites, que sería la primera de ellas.
Victor Manuel Cabañero Martín