Los pinceles de Octubre
Si alguien me pidiera una definición del Otoño con una sola frase, la elegiría muy corta: Una explosión de color.
Los que vivimos cerca de la Naturaleza, tenemos la fortuna de asistir de primera mano al bellísimo espectáculo que nos ofrece ésta época del año. Un paseo por las espléndidas riberas que circundan Coca, nos pone frente al más hermoso cuadro que nadie pudiera pintar: Los chopos que visten sus hojas, unas aún verdes y otras ya amarillas, en una fusión de espectacular colorido mezclado con el golpe de luz, casi una llamarada, de alguno de ellos que ya está amarillo por completo, y todo ello combinado con el perenne verdor de los pinos.
Los arbustos de “viburnum” resaltan con su cálido color rojo entre la variada sinfonía de verdes y dorados de los demás arbustos, y el sol, con esa luz especial del otoño, baña con sus reflejos anaranjados las laderas que se deslizan hasta el río serpenteante abajo, entre la vegetación, y la grata serenidad de las tardes otoñales sirven de clima perfecto para que nuestros ojos y nuestro espíritu disfruten de los infinitos matices con que los pinceles de Octubre se complacen en decorar el paisaje.
El color suave y cálido de la otoñada se enseñorea incluso de la cosas más cotidianas, y ya aparecen en los puestos de frutas las castañas, las uvas dulces y doradas, las hermosas granadas que en su piel parecen haber atrapado todo el sol del final del verano, y que guardan en su interior su fruto brillante de transparente color rojo, como piedras preciosas . . . Pronto llegarán los membrillos, maduros por el dulce calorcillo de Octubre, envueltos en su olor inconfundible y evocador, que antes servía para aromatizar las sábanas en los viejos arcones, y que nos traslada a aquellos días de la niñez, cuando en las casas se elaboraba el riquísimo dulce de membrillo que después era nuestra merienda sobre aquellas generosas rebanas de pan, lejos aún los problemas del exceso de calorías, el exceso de azúcar y todos los deliciosos excesos alimenticios que ahora parecen terribles y entonces no parecían tener ninguna importancia.
Dulce Octubre, con sus tardes del dorado color de la miel . . .
Maribel Egido Carrasco