El circuito amurallado de Coca ( II )

Del sector suroeste (B) se conservan dos tramos in situ (B1 y B2) y nueve fragmentos de lienzos deslizados hacia el río Voltoya. Del subsector B1 son más de veinte metros los que el tiempo ha respetado correspondientes a, al menos, dos lienzos y de un grosor medio de 1,30 m. Más longitud tiene el subsector B2 (54,5 m.) que bordea las cumbres del Voltoya con orientación SE-NW y 1,20 m. de espesor medio. Sin embargo, en todo el sector suroeste, a lo largo de sus casi ochenta metros de lienzos conservados no existen indicios de torres, hecho muy lógico este, pues la gran visibilidad obtenida desde la cima del escarpe hace innecesaria su construcción.

El problema más grave que plantea este sector (B) está relacionado con la construcción del castillo, a partir de 1453. Si admitimos que la arcilla para la construcción de tan impresionante mole de ladrillo fue extraída de la vaguada de algo más de diez mil metros cuadrados que se encuentra al norte del mismo, los lienzos B1 son, evidentemente, posteriores a 1453. Tampoco pueden pertenecer a estos lienzos los fragmentos 1 y 2 rodados hacia el Voltoya. Pero sí pudieron haber formado parte de lienzos hoy no conservados, anteriores a la construcción del castillo, que correrían, como el subsector B2, paralelos a las cumbres del río. Los fragmentos de lienzos números 3 a 9 pertenecen todos al subsector B2. Este continuaría con dirección noroeste para atravesar el camino del Molino Viejo donde, muy probablemente se abriría una puerta mayor de las tres con las que contara el recinto (Puerta de la Villa o de Segovia, Puerta Norte, próxima a San Adrián y Puerta de Poniente, en los Azafranales).


De los sectores oeste (C) y noroeste (D), ya en 1759 no se conservaban tramos en pie, pero en 1817 aún debían permanecer visibles fragmentos deslizados hacia los ríos, pues «... se observan vestigios de toda la muralla antigua, hasta dar vuelta por la de la ladera del río Eresma, quedando en su centro todo el gran terrazgo labrantío titulado los Azafranales...» (AMC, Leg. 31/13: 55 vuelta). Con el sector noroeste entramos ya en las cumbres del Eresma.
Al este de la mudéjar Torre de San Nicolás, en el punto de inflexión de los sectores noroeste (D) y noreste (E), conocido como la Cárcava y utilizado como escombrera, hasta hace pocos años eran visibles en su fondo varios fragmentos de lienzos hoy cubiertos por los escombros. No sabemos si pertenecerían a lienzos del sector noroeste o a los del noreste. De este último, complicado por las transformaciones topográficas originadas por la remodelación relativamente moderna del acceso norte a Coca, hoy se conserva el significativo topónimo de la calle de Ronda, que corre bordeando la cumbre del río Eresma. Al final de esos lienzos, hoy desaparecidos, se abriría la también perdida Puerta Norte, próxima a San Adrián, que daba acceso al Camino Real de Valladolid y a la vecina Cuéllar.


Finalmente, el sector este (F) comienza con un fragmento de lienzo in situ del que sólo se ven dos metros de longitud y uno de altura, por continuar su trayecto subterráneamente a lo largo de no sabemos cuántos metros. Todo el sector corre paralelo a la cumbre del Eresma y va a enlazar con nuestro punto de partida en la Alameda. En 1852 ya no eran visibles fragmentos de lienzos en este sector y sólo existían solares.
No todo el espacio de muros adentro estaba ocupado por el caserío, como bien está documentado en la mayoría de las ciudades medievales. En Coca es el área de los Azafranales el que más espacios libres ofrecía, para encerrar en él los ganados y cultivar en caso de asedio. Tierras cultivadas también en tiempo de paz: «cualquier persona que tuviere tierra dentro de los muros de esta Villa y la sembrare de pan, semilla u otra cosa...», dicen las Ordenanzas de 1583 (EOVTC, punto 47).
La construcción de las murallas en Coca responde a una necesidad de defensa y una afirmación de su autonomía y personalidad. Repoblada a finales del siglo XI por Alfonso VI, poco tiempo después empezó a fortificarse dentro de esa dinámica general del Valle del Duero que hace que a fines del XII e inicios del XIII se construyan muchas murallas (Gautier Dalche, J., 1979: 309). Se fortificó de sur a norte por ser la parte meridional la de más fácil expugnabilidad. Su irregular trazado, adaptándose a las condiciones topográficas, impide que podamos adscribir el recinto a una figura geométrica concreta. No es ni un rectángulo, como en los casos de Ávila o Arévalo, ni una circunferencia, como vemos en Madrigal de las Altas Torres, ni un óvalo, como en Aranda. Tiene forma de «V» con el vértice apuntando hacia el sur. Estas peculiaridades y el hecho de que el crecimiento urbano de Coca desde sus orígenes haya sido unidireccional -hacia el sur, única zona llana-, nos catalogan el recinto como del tipo quinto según la tipología propuesta por Jean Mesqui, aunque en Coca no resulta un esquema triangular, lógicamente (Mesqui, J., 1979: 159).
Son los ríos Voltoya y Eresma, confluentes al noroeste del recinto, los que con sus escarpes condicionan el trazado murado. Ellos lo flanquean en sus dos terceras partes. Sus constructores se adaptaron a lo que la topografía les brindaba y, está fuera de duda, para nada existieron consideraciones teóricas ideales que les guiasen, pues durante la Edad Media éstas no existían respecto al trazado de recintos, ni en España ni en el resto de la Europa cristiana (Lave-dan, P. et Hugueney, J. 1974: 137). En el sector sureste, el de mayor vulnerabilidad, el recinto estaba protegido por dos vaguadas, con la ruptura de pendiente en la Puerta de la Villa: la vaguada más oriental vierte hacia el Eresma, mientras que la occidental lo hace al Voltoya. Hasta ahora no hemos podido determinar si son naturales o artificiales, para incrementar el potencial defensivo de los lienzos frente a los que se hunden. Completarían el dispositivo de defensa de Coca las torres de las iglesias de San Juan, San Nicolás y San Adrián, todas ellas muy próximas a los lienzos del flanco norte. El sur parece ser que contaba con una fortaleza pequeña en el lugar ocupado hoy por el castillo de los Fonseca.

Juan Francisco Blanco García, Universidad Autónoma de Madrid.