A doce metros bajo tierra (I)
En el exterior teníamos alrededor de unos 29 grados, pero al introducirnos la primera vez por una de ellas percibimos un cambio de temperatura considerable, 13 grados menos, el cuerpo se estremece con la primera impresión poniendo la piel de gallina, aunque no se tarda mucho en aclimatarse al nuevo y fresco entorno. Antiguamente se decía que al excavar la tierra, cada vez que se clavaba el pico, éste no debería profundizar más de un dedal, entonces se podía afirmar con total seguridad de iba a ser una buena bodega. Se define simplemente como el lugar donde se guarda y cría el vino, pero eso es poco decir, pues una bodega puede estar ubicada en una nave o como en este caso, bajo tierra, la condición que se hace indispensable es la de tener una temperatura y un grado de humedad constantes durante todo el año. Situadas en lo alto del cerro de San Pedro y al pie de este, hacia el oeste, se encuentra el pueblo de Moraleja de Coca.
Algunos de sus convecinos acudieron este día para enseñarme lo que atesoran bajo esa tierra dura, bastante empedrada y muy adecuada para el cultivo de sus viñedos. Así es, el vino es sin dudarlo el rey de este lugar, que fermentado previamente en tinajas y barricas ubicadas en estas bodegas centenarias, posteriormente serán embotelladas para su consumo. El caldo es casi siempre acompañado de una hogaza de pan con un buen embutido hecho en el pueblo, porque el auténtico manjar de la vieja Castilla procede del cerdo, pero eso es otra historia que ahora no corresponde tratar. Era habitual elaborar entre 200 y 250 cántaras de vino, suficientes para abastecerse durante todo el año hasta la siguiente cosecha. El trabajo en el campo desde siempre ha sido muy duro y todas las almas mortales necesitan saciar la sed con el mejor caldo que se da en estos lugares.
Se hallan inmersas en esta tierra a diferentes niveles, unas están comunicadas entre sí, otras han sido divididas a la mitad, heredadas desde siempre de padres a hijos, vendidas a amigos o familiares, no se sabe a ciencia cierta desde cuando están hechas, ni quiénes fueron los hombres que las excavaron. Si tomamos como referencia la obra de Cervantes de "El licenciado vidriera" donde se hace una mención al vino de Coca, puede que nos oriente algo, ¿entre los siglos XVI y XVII?, aunque es un dato muy ambiguo. Las paredes ennegrecidas y ese olor característico de hollín húmedo es debido al humo procedente de las teas que encendían antaño para iluminarlas, los candiles y lamparillas fueron las siguientes en aparecer, siendo al final de nuestros días y con la llegada de la electricidad las bombillas alimentadas con baterías o acumuladores las que nos permiten ver en su interior. Para contrarrestar el olor de ese hollín a menudo las aromatizaban con ramitas de lavanda. Con forma comúnmente abovedada y de cañón, tienen muchas de ellas las paredes desnudas, en las que se aprecia el piqueteado original, otras han sido forradas con arcos de ladrillo macizo, evitando así el posible deterioro o desprendimiento.
Las bodegas necesitan ventilación, para ello se excava otro conducto como si de una chimena se tratase llamado cercera, en una de esas cerceras descubrí tras percibir un olor nauseabundo la presencia de un centenar de murciélagos apostados en el techo, esperando a que concluyera el día para salir por la noche a alimentarse; ese olor procedía de entre mis pies, pues estaba encima de una masa excrementosa de esos animales, de un tamaño considerable, digamos de 80 cm de diámetro por unos 8 cm de alto (no exagero, lo podéis ver el foto que os adjunto).
Foto de la izquierda: una cercera vista desde abajo, foto central mostrando los excrementos de murciélago y en la foto de la derecha, bodega con aspecto más antiguo en la que se aprecia un lagar, construido entre los años 40 y 50.
Dejando a un lado esta última anécdota, continuaron enseñándome más bodegas, todas decoradas de forma diferente tal y como podéis apreciar en las fotografías. Moraleja cuenta que se sepa, con cerca de 40 bodegas soterradas a las que se accede por 18 entradas, algunas han sufrido el abandono y otras están aún sin descubrir, al resto se las da plena utilidad pues aparte de criar el vino, para los almuerzos, meriendas y cenas son sin duda alguna, lugares muy apropiados, esta gente acogedora y hospitalaria saben hacer buen uso de ellas.
Como curiosidad, en una de ellas se ha excavó un pozo, de unos 10 metros de profundidad y un metro de diámetro, aunque carece de agua; se ha utilizado como despensa o almacén de alimentos, llegado el invierno si nevaba, se la llenaba con nieve sirviendo como nevera natural, perfecta para conservar dichos alimentos o más recientemente, quizás durante la guerra civil (como cuentan por aquí) para ocultar otro tipo de mercancías y quién sabe si también personas. El propietario de esa bodega no se encontraba entre los presentes, aunque en la próxima visita si la veremos.
La visita a Moraleja de Coca, la hice el 2 de Agosto de 2008.
Mi agradecimiento a José María Gómez, que tuvo la amabilidad de enseñarme su bodega y al resto de los vecinos que fueron llamados por él acudiendo desinteresadamente para enseñarme las suyas, es gente acogedora, yo me sentí como si estuviera en mi casa.
Algunos de sus convecinos acudieron este día para enseñarme lo que atesoran bajo esa tierra dura, bastante empedrada y muy adecuada para el cultivo de sus viñedos. Así es, el vino es sin dudarlo el rey de este lugar, que fermentado previamente en tinajas y barricas ubicadas en estas bodegas centenarias, posteriormente serán embotelladas para su consumo. El caldo es casi siempre acompañado de una hogaza de pan con un buen embutido hecho en el pueblo, porque el auténtico manjar de la vieja Castilla procede del cerdo, pero eso es otra historia que ahora no corresponde tratar. Era habitual elaborar entre 200 y 250 cántaras de vino, suficientes para abastecerse durante todo el año hasta la siguiente cosecha. El trabajo en el campo desde siempre ha sido muy duro y todas las almas mortales necesitan saciar la sed con el mejor caldo que se da en estos lugares.
Se hallan inmersas en esta tierra a diferentes niveles, unas están comunicadas entre sí, otras han sido divididas a la mitad, heredadas desde siempre de padres a hijos, vendidas a amigos o familiares, no se sabe a ciencia cierta desde cuando están hechas, ni quiénes fueron los hombres que las excavaron. Si tomamos como referencia la obra de Cervantes de "El licenciado vidriera" donde se hace una mención al vino de Coca, puede que nos oriente algo, ¿entre los siglos XVI y XVII?, aunque es un dato muy ambiguo. Las paredes ennegrecidas y ese olor característico de hollín húmedo es debido al humo procedente de las teas que encendían antaño para iluminarlas, los candiles y lamparillas fueron las siguientes en aparecer, siendo al final de nuestros días y con la llegada de la electricidad las bombillas alimentadas con baterías o acumuladores las que nos permiten ver en su interior. Para contrarrestar el olor de ese hollín a menudo las aromatizaban con ramitas de lavanda. Con forma comúnmente abovedada y de cañón, tienen muchas de ellas las paredes desnudas, en las que se aprecia el piqueteado original, otras han sido forradas con arcos de ladrillo macizo, evitando así el posible deterioro o desprendimiento.
Las bodegas necesitan ventilación, para ello se excava otro conducto como si de una chimena se tratase llamado cercera, en una de esas cerceras descubrí tras percibir un olor nauseabundo la presencia de un centenar de murciélagos apostados en el techo, esperando a que concluyera el día para salir por la noche a alimentarse; ese olor procedía de entre mis pies, pues estaba encima de una masa excrementosa de esos animales, de un tamaño considerable, digamos de 80 cm de diámetro por unos 8 cm de alto (no exagero, lo podéis ver el foto que os adjunto).
Foto de la izquierda: una cercera vista desde abajo, foto central mostrando los excrementos de murciélago y en la foto de la derecha, bodega con aspecto más antiguo en la que se aprecia un lagar, construido entre los años 40 y 50.
Dejando a un lado esta última anécdota, continuaron enseñándome más bodegas, todas decoradas de forma diferente tal y como podéis apreciar en las fotografías. Moraleja cuenta que se sepa, con cerca de 40 bodegas soterradas a las que se accede por 18 entradas, algunas han sufrido el abandono y otras están aún sin descubrir, al resto se las da plena utilidad pues aparte de criar el vino, para los almuerzos, meriendas y cenas son sin duda alguna, lugares muy apropiados, esta gente acogedora y hospitalaria saben hacer buen uso de ellas.
Como curiosidad, en una de ellas se ha excavó un pozo, de unos 10 metros de profundidad y un metro de diámetro, aunque carece de agua; se ha utilizado como despensa o almacén de alimentos, llegado el invierno si nevaba, se la llenaba con nieve sirviendo como nevera natural, perfecta para conservar dichos alimentos o más recientemente, quizás durante la guerra civil (como cuentan por aquí) para ocultar otro tipo de mercancías y quién sabe si también personas. El propietario de esa bodega no se encontraba entre los presentes, aunque en la próxima visita si la veremos.
Foto 1: De izquierda a derecha, Luis Llorente, Jose María Gómez, Juan Jesús Gómez, Félix Gómez, Manolo Sáez, Heleodoro Sobrino y Antonio Sobrino. Foto del centro: En el interior de la bodega de Miguel Ángel Rueda, el 6º empezando por la izquierda. Foto 3: De izquierda a derecha: Jose María Gómez, Félix Gómez, Heleodoro Sobrino, Yo mismo y Jose Luis Gómez.
Estas bodegas deberían considerarse como parte del patrimonio cultural, pues se hace imprescindible su conservación para que las futuras generaciones las conozcan ya que encierran una bonita tradición con un fuerte arraigo en nuestra tierra. Más adelante os explicaré detalladamente cuáles son las partes que componen una bodega y cómo funcionan.
Mi agradecimiento a José María Gómez, que tuvo la amabilidad de enseñarme su bodega y al resto de los vecinos que fueron llamados por él acudiendo desinteresadamente para enseñarme las suyas, es gente acogedora, yo me sentí como si estuviera en mi casa.