Alberto Martínez Peña
La parálisis económica ha cercenado las nuevas construcciones, aunque el patrimonio monumental de la Comunidad, como el Castillo de Coca, sigue siendo un baluarte para la innovación

La construcción del Castillo de Coca (Segovia) data entre 1486 y 1496, y es una joya emblemática de las construcciones fortificadas que, en tiempos de Juan II y Enrique IV de Castilla, se convirtieron a la vez en residencias aristocráticas. Alonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, inició la obra bajo la dirección del maestro abulense Alí Caro. Muerto el maestro alarife, el sobrino de éste, muy probablemente, continuó el proyecto de su tío, pero con labra más torpe, como se aprecia en el lienzo occidental de la barbacana. Antonio de Fonseca, hermanastro del arzobispo, heredó el castillo en 1505, que sufrirá en 1520 el ataque de los Comuneros en represalia por el incendio de Medina del Campo. La fortaleza permaneció inexpugnable y en posesión de los Fonseca hasta la segunda mitad del XVII que, tras capitulaciones matrimoniales, pasó a la Casa de Alba, cuya titularidad mantiene hasta nuestros días. 


La construcción de la fortaleza, responde a fines concretos: seguridad y defensa, representación y símbolo del poderío. Pero también ostenta una implicación artística grandiosa en la arquitectura militar y palaciega en Europa que aporta el arte mudéjar. Todo un paradigma de ingeniería militar que confunde al atacante y dificulta el asalto, pues la depresión del terreno sirvió en su época para desorientar al enemigo y organizar una defensa invulnerable. Arquitectónicamente, se percibe idéntica agudeza e intención. La profusión de torres y garitas que se elevan unas sobre otras, confieren un aspecto grácil pero sólido, consiguiendo una sucesión de poderío serenísimo. El alto nivel volumétrico o tectónico se equilibra en el interior con el ladrillo decorativo y pinturas geométricas de gran riqueza. 

Cesión del complejo fortificado 
En la actualidad, la Junta de Castilla y León ostenta la cesión del complejo fortificado, de acuerdo con la Duquesa de Alba, para Escuela de Capacitación Forestal y explotación turística. La última restauración fue realizada en 1956 por los arquitectos Miguel de los Santos y Fernando Cavestany. Según los criterios restaurativos actuales, la operación acusa ciertas carencias. Sin embargo, a pesar de las disfunciones y patologías, dicha actuación salvó el monumento hasta nuestros días. De aquí, precisamente, surgió el nuevo Plan Director, llevado a cabo por la oficina de proyectos y planeamiento Espacio de Arquitectura, que recoge el análisis pormenorizado de patologías, disfunciones y degradaciones, junto al diagnóstico más adecuado de restauración. 

¿En qué se concretan dichas deficiencias? Esencialmente en 65 puntos que aborda el Plan Director: degradaciones, descalces y recalces, acciones químicas que meteorizan la fábrica de ladrillo, desconchones, asentamientos de la estructura, cimentaciones, agrietamientos, humedades por filtraciones o capilaridad, condensaciones, acciones de la vegetación, de animales, o ataques biológicos que provocan la descomposición de los materiales constructivos. Problemas comunes que aquejan a edificios históricos con carácter monumental. El mapa de patologías y disfunciones de la fortaleza de Coca no es especialmente complejo, pero siendo repetitivas requieren una inexcusable actuación. 

Deslizamiento hacia el río 
Singular importancia revisten ciertos agrietamientos como el detectado en la fachada sur, cuyo problema deriva del cauce de saneamiento que transcurre bajo el foso. La solución pasaría por reponer la cimentación existente con inyectado de hormigón. Otro punto probemático afecta a la grieta transversal que atraviesa el conjunto monumental de norte a sur, paralelo al cauce del Voltoya. La hipótesis es preocupante, porque se estima la posibilidad de deslizamiento del subsuelo hacia la cuenca del río. Hablamos, por tanto, de una intervención que durará seis años y que servirá para transmitir a las futuras generaciones una de las expresiones más excelsas y brillantes del arte en Castilla y León. Edward Cooper lo definió como «el verdadero escaparate de la cúspide del arte mudéjar en los últimos momentos antes de que la media luna dejara de columbrarse para siempre en Castilla la Vieja».