De Los Santos a Halloween

     Cuando es fácil el olvido, cuando lo de ayer queda antiguo, cuando nos invaden usos, costumbres, tradiciones diferentes, conviene hacer acopio de la memoria del pasado como elemento a conservar de nuestra cultura. El mundo global importa y exporta sin límites. Para bien y para mal.
     Quiero recordar, en contraposición con las celebraciones actuales, lo que hace unas décadas era la festividad de Los santos en Coca.

     Desde mi visión de monaguillo, la noche de los Santos era una noche de fiesta “corporativa”. Los monaguillos teníamos la tarea de tocar a clamor (a muerto) durante toda la noche. Pero nosotros no hacíamos un duelo. Bajo la escalera de madera de la torre, con las cinco sogas de cada campana colgando a nuestro alrededor, poníamos una hoguera que nos servía para calentarnos y para asar castañas. Y bebíamos vermut en porrones que comprábamos en el bar de “la Felipa”. Sí, aquello era una fiesta que transcurría entre risas y el monótono tañer de las campanas respondiendo al tirón de nuestras cuerdas: campanín, campanín, campana, campana y campanón. Puedo recordar perfectamente el diferente sonido de aquellas campanas.

     También, los incidentes que a veces sucedían. La temeridad de poner una hoguera bajo la escalera de la torre hacía que, a veces cuando las llamas eran altas, llegase a prender y tener que apagar la escalera. Otra de las incidencias era que se soltara o rompiese una soga de las campanas. Suponía tener que subir al campanario para volver a atarla. Recuerdo el miedo al subir a hacerlo, el frío viento soplando allí arriba,….
     En la calle, siempre frío. Mucho frío. Y tristeza. El sentimiento, la atmósfera era de tristeza arropada por el sonido permanente de las campanas. No sé, no recuerdo si en alguna época no abrieran los bares, sí que algunos años no había cine en esa fecha. Por supuesto, tampoco discoteca.
     Era un sentimiento de duelo, de cementerio, de recuerdo triste de los que ya no estaban. Es difícil expresar hoy con palabras algo que entonces “se respiraba “ por todas partes.
     Funeral multitudinario en la iglesia y después interminables responsos en el cementerio.

    También en el papel de monaguillos, recuerdo zigzaguear entre las tumbas con el bonete de madera recogiendo donativos. El cura, Don Pedro por entonces, rezaba un responso en cada una de las tumbas que se le encargaba. La mayoría. Aquello suponía que se hiciese de noche sin terminar con los responsos. Con lluvia, con mucho frío (….la salvación es la salvación y la pela es la pela…) Don Pedro aceleraba los responsos en proporción a la caída de la luz y la lluvia. Hacíamos acopio de montones de perras gordas. Era el mejor día de recaudación.

Juan Mariano Velázquez Martín