Buscando en nuestro baúl de los recuerdos hemos hallado una vieja revista de coches del año 1984... Hasta aquí todo parece normal, pero, ojeándola llegamos a las páginas 36 y 37 con un pequeño reportaje dedicado a nuestro paisano Murciego y al pueblo de Coca.
El castillo mudéjar de Coca (Segovia), aparte de ser uno de los más hermosos de España, es la obra más imaginativa que ha producido dicho estilo en el país y evoca formas de algunos románticos alemanes. Desde luego se separa del seco edificio defensivo, lanzándose a formas complejas y variadas de grandioso efecto.
Elevado sobre el emplazamiento de la romana Cauca, su constructor, Alonso de Fonseca, hizo un espléndido regalo al arte peninsular, en una zona en que el mudejarismo se prodiga.
En la provincia de Segovia, al Noroeste de la capital y a 47 km de la misma, Coca le sorprenderá por su impresionante castillo. Para ir desde Segovia se pueden tomar la N-601, camino de Cuéllar, o la N-605, que pasa por Santa María La Real de Nieva. También se puede ir por la N-403 Madrid-Valladolid, con desviaciones por San Cristóbal de la Vega o Fuente de Santa Cruz, según se vaya desde el sur o norte, o por Aranda del Duero a Peñafiel (N-122) para tomar aquí la carretera de Cuéllar - Navas de Oro - Coca, o llegando del Este, por Sepúlveda – Turégano – Navalmanzano - Navas de Oro - Coca. Continuar Leyendo...
Coca está encerrada entre bosques de pinos resineros que aroman su atmósfera. En la Edad Media, también la habitaron grupos reducidos de judíos, como prueban las capitulaciones. Y en cuanto a los constructores árabes, que difundieron el mudejarismo, su labor fue de cuadrillas contratadas para labores arquitectónicas, no de oficios. Así, sólo queda una modesta industria de cerámica, que se dedica a hacer cántaras, cazuelas, botijas, pucheros, macetas, jarras y personajes fantásticos, que cuestan de 50 a 300 pesetas tan sólo.
El alfarero, Gabriel Murciego, hace como por encanto sus vasijas. En tres minutos y medio convierte un trozo de barro en una maceta de regular tamaño, incluidos los grabados que la circundan y el rizado de los bordes. Tataranieto, bisnieto, nieto e hijo de alfareros, su industria es el perfecto exponente de los alfareros medievales que se lo hacían todo, desde la traída de tierras y leñas, hasta la confección de las vasijas, secado, cocción y venta. Su producción es la elemental o rural, que ha existido masivamente hasta el primer tercio de este siglo y que todavía colea. Los botijos, asadores de castañas, caretas rústicas y otros, si escarbamos, pueden resultar en esencia tan romanos como el propio emperador Teodosio, que era de Coca. Pues en aquel arte no era todo depurado, como es lógico.
En cazuelas como las que hace Murciego, se debió inventar la sopa castellana, para aprovechar el pan duro, de cochuras que tenían que durar una semana. Hoy figura en los restaurantes de lujo inclusive. «Pero donde saben bien es en estas cazuelas de barro. Y también las judías en puchero, arrimados a la lumbre lenta y viva de la leña. Si nos avisa que viene, se la preparamos un día». Y habrá que hacerlo, para degustar en libertad pedazos de pan mojados en el caldo espeso, que ha «bebido» de la judía tierna y del chorizo de matanza casera. Todo ello regado con un tinto de los que alumbra el Duero próximo.
Luis Gallego. Atopista, número 1231. 10 de Noviembre de 1984
Coca está encerrada entre bosques de pinos resineros que aroman su atmósfera. En la Edad Media, también la habitaron grupos reducidos de judíos, como prueban las capitulaciones. Y en cuanto a los constructores árabes, que difundieron el mudejarismo, su labor fue de cuadrillas contratadas para labores arquitectónicas, no de oficios. Así, sólo queda una modesta industria de cerámica, que se dedica a hacer cántaras, cazuelas, botijas, pucheros, macetas, jarras y personajes fantásticos, que cuestan de 50 a 300 pesetas tan sólo.
El alfarero, Gabriel Murciego, hace como por encanto sus vasijas. En tres minutos y medio convierte un trozo de barro en una maceta de regular tamaño, incluidos los grabados que la circundan y el rizado de los bordes. Tataranieto, bisnieto, nieto e hijo de alfareros, su industria es el perfecto exponente de los alfareros medievales que se lo hacían todo, desde la traída de tierras y leñas, hasta la confección de las vasijas, secado, cocción y venta. Su producción es la elemental o rural, que ha existido masivamente hasta el primer tercio de este siglo y que todavía colea. Los botijos, asadores de castañas, caretas rústicas y otros, si escarbamos, pueden resultar en esencia tan romanos como el propio emperador Teodosio, que era de Coca. Pues en aquel arte no era todo depurado, como es lógico.
En cazuelas como las que hace Murciego, se debió inventar la sopa castellana, para aprovechar el pan duro, de cochuras que tenían que durar una semana. Hoy figura en los restaurantes de lujo inclusive. «Pero donde saben bien es en estas cazuelas de barro. Y también las judías en puchero, arrimados a la lumbre lenta y viva de la leña. Si nos avisa que viene, se la preparamos un día». Y habrá que hacerlo, para degustar en libertad pedazos de pan mojados en el caldo espeso, que ha «bebido» de la judía tierna y del chorizo de matanza casera. Todo ello regado con un tinto de los que alumbra el Duero próximo.
Luis Gallego. Atopista, número 1231. 10 de Noviembre de 1984