Amanecer
Cuando en el mes de Septiembre pasado, asistimos a una espectacular “salida de luna” desde un marco tan hermoso y especial como la “Casa de los Alisos”, me hice el propósito de completar la serie de maravillosos espectáculos de “primera mano”, asistiendo, si era posible desde el mismo privilegiado lugar, a la salida del sol.
Una vez dejado atrás el largo invierno, que dada su generosidad en lluvias hacía presagiar una espléndida primavera, esperamos pacientemente, (con la inestimable ayuda del satélite meteosat), el día adecuado para asegurarnos un cielo despejado, y una temperatura no demasiado fría.
El mes de abril en sus inicios nos brindó el momento perfecto.
Salimos de casa cuando todavía era noche cerrada, ya que queríamos disfrutar “el espectáculo” sin perder detalle. Llegamos al lugar elegido y nos dispusimos a esperar con paciencia, situados frente al horizonte que se nos ofrecía absolutamente oscuro. El tiempo pasaba despacio y nada parecía cambiar, pero, poco a poco, la oscuridad empezó a aclararse levemente, y en aquella lejanía apareció un sutil resplandor que dejaba adivinar la línea de los pinos.
Aquella fue la señal para abandonar la calidez del coche, (que a esas horas se agradecía), y situarnos lo más cerca posible de la ladera desde donde se abre la hermosa vaguada que forma el recodo del río. Una tenue luz empezó a permitirnos distinguir el suelo donde nos movíamos, y buscar el lugar que nos pareció más adecuado para disfrutar en todo su esplendor “la actuación” que se avecinaba.
El silencio nos rodeaba, parecía como si todo a nuestro alrededor permaneciera tan expectante como nosotros ante el milagro que estaba a punto de ocurrir. El horizonte empezó a tomar un incopiable tono rosado cada vez más intenso, y entonces sucedió. . .
Perfectamente redondo, amarillo y brillante, el sol apareció con lentitud majestuosa, bañando con su reflejo dorado unas tímidas nubes que le rodeaban, y que se tiñeron de un delicioso color naranja. Las sombras de los pinos parecieron alargarse, y su perenne color verde se mezcló con una tonalidad casi violeta, mientras el río, abajo, comenzó a espejear, reflejando el delicado azul del cielo.
Los pájaros, cobardes todavía, solo emitían pequeños trinos, y el aire, más puro que en ningún otro momento del día y aromado de tomillos, nos envolvía con un estimulante frescor.
Rodeados de aquel mágico paisaje, mirando el sol que poco a poco se iba enseñoreando del cielo, era fácil tener la impresión de que en la noche de los tiempos la Creación debió de ser algo así . . .
Poco a poco la luz fue iluminando cada vez más intensamente lo que nos rodeaba y empezamos a distinguir con claridad, el verde del suelo, los brotes de los arbustos cercanos que se nos mostraban ya casi en eclosión, e incluso la sutil estela en el cielo que dejaba tras de si un avión en su paso hacia algún lejano destino, mientras los pájaros iban subiendo el diapasón de sus trinos, animados y contentos por la llegada del gran astro que cada vez ascendía más y presidía el paisaje.
Esta maravillosa “representación” de la Naturaleza, ocurre todos los días a nuestro lado, y normalmente no le hacemos mucho caso. Todos hemos visto amanecer más de una vez, pero quizá no le hemos prestado toda la atención necesaria.
Os aseguro que pararse a mirar, con los ojos y la sensibilidad dispuestos para disfrutar de la “función”, merece la pena.
Maribel Egido Carrasco