La toxicología del arsénico
Antonio Dueñas Laita
Antonio Dueñas Laita
Entre los elementos químicos naturales más conocidos, por su enorme tradición histórica y literaria, esta posiblemente el arsénico e indudablemente solo citarle genera morbo novelesco. En las décadas de los cincuenta y sesenta se utilizo este elemento como medicamento, administrándose entre 1000 y 5000 microgramos día para tratar enfermedades como la leucemia, dermatitis herpetiforme, eczema, sílifis, etc. Pero en los último dos meses, probablemente, se ha escrito y oído en los medios de comunicación más sobre este metaloide, que en los últimos cien años. En mi modesta opinión y desde un punto de vista estrictamente científico, con acierto en unos casos y con algún desacierto en otros. La toxicología es una ciencia intrínsecamente difícil con escaso desarrollo en Castilla y León, por lo que probablemente no esté de más repasar, desde esta Tribuna, algunos aspectos en relación al arsenicum, el agua y la salud humana.
Vivimos en un planeta que tiene contaminado el aire, el suelo y el agua con miles sustancias a veces dañinas para la salud. Uno más de ellos y no el más peligroso es el arsénico. Desde hace millones de años convivimos con él y con otros muchos elementos químicos, conociéndonos y respetándonos mutuamente. La aparición en las aguas del subsuelo, que luego se beben o que se utilizan para la higiene personal o el riego, de cantidades de arsénico algo por encima de los límites establecidos por la legislación, es un problema que afecta a un mínimo de 25 países. En los Estados Unidos de América, país probablemente más desarrollado de mundo, en una estimación conservadora de la Environmental Protection Agency (EPA) existen un mínimo de 56 millones de personas de 25 estados cuya agua de bebida supera dichos límites. Ese umbral se suele situar en los 50 microgramos/litro y es un objetivo de salud de todas las autoridades sanitarias bajarlo. Lo ideal, realmente, sería que no hubiese arsénico ni ningún contaminante en el agua, el aire o el suelo; pero desafortunadamente eso es imposible. Por ello la tendencia mundial es intentar, en la medida de lo posible, minimizar los riesgos para la salud humana.
Muchos se preguntarán si beber esas aguas va a producir una intoxicación aguda por arsénico, la verdad es que no. Pues para ello, tendría que tener el agua, entre 100.000 y 300.000 microgramos/litro y las nuestras no han tenido más de 300 microgramos/litro. Tampoco y de forma taxativa, el consumo del líquido elemento, produce una intoxicación crónica sensu stricto, como las que se observan ocasionalmente en trabajadores de industrias en las que respiran aire contaminado con este metaloide. ¿Qué ocurre entonces?... se preguntarán algunos de ustedes. Pues que estudios epidemiológicos realizados en Taiwán, Chile, Argentina y datos mucho menos fiables de Banglades, evaluados entre 1996 y 1999 por un panel de expertos del National Research Council de los EE.UU, evidencian que el consumo muy prolongado (15-30 años) de aguas con "varios cientos de miligramos/litro" (cita textual) podría incrementar ligeramente el riesgo de padecer neoplasias de piel, pulmón y vejiga. El arsénico sería, como señala el 9° Informe de Carcinogénesis (Abril de 2000) del Departamento de Salud de los EE.UU, un factor más de la larguísima lista de sustancias allí referidas, entre las que desde luego también se encuentran el tabaco, el alcohol, las radiaciones solares, los hollines, etc. Pero para que se comporte como cancerígeno humano, además tienen que darse una serie de circunstancias. Una de ellas es que deberíamos de consumir 2 litros/día de agua contaminada durante muchos años, probablemente entre 15 y 30 , no se conoce exactamente cuántos. Por otro lado, para que actué como cancerígeno influyen factores nutricionales, genéticos, metabólicos, sanitarios, presencia de otros carcinógenos (radiación solar, tabaco), etc. Los alimentarios, por ejemplo, son tan importantes que hacen que los datos epidemiológicos de Taiwán o Bangladesh no sean extrapolables, según el National Research Council, a los Estados Unidos y en mi opinión tampoco a Castilla y León, ya que las diferencias en el estado nutricional son evidentes. También existe una variabilidad genética; en función de ésta, unas personas metabolizan el arsénico más rápidamente que otros, siendo así más o menos activo. En una zona de los Andes existe un población humana, con características genéticas, que los hace extraordinariamente resistentes a este elemento químico cuando lo ingieren a través del agua de bebida. La concurrencia de selenio, zinc y antimonio en las aguas sería también un posible factor adicional que incrementaría el riesgo de carcinogénesis. Podríamos continuar citando muchas variables que influyen en el poder de esta sustancia, pero no lo haremos para no cansar al lector.
Al igual que se conocen esos datos epidemiológicos sobre la carcinogénesis humana del arsénico, el mismo National Research Council, en su informe de 307 páginas sobre arsénico en el agua de bebida, señala que hasta la fecha y en contra de lo publicado en algún medio y en esta misma Tribuna, en la mujer no se ha demostrado que el consumo crónico de arsénico inorgánico, procedente de las aguas, tenga efectos sobre la reproducción o sea teratógeno (inductor de malformaciones fetales) cuando está embarazada, a pesar de que atraviese la barrera placentaria y de que sí lo es experimentalmente. Tampoco hemos sido capaces de encontrar en 11 millones de artículos científicos procedentes de todo el planeta, que tiene la Biblioteca Nacional de Medicina de los EE.UU , que no se pueda lavar, regar o dar de beber a los animales con este tipo de aguas. Estoy convencido, por otro lado, que las consecuencias sanitarias de un corte del suministro de agua corriente, para todos los usos, serían mucho peores, que el arsenicismo o arsenicosis descrito previamente.
Por tanto, en nuestra opinión, es cierto que tenemos un problema de arsénico en las aguas, pero a la vez creemos que no se debe de sobreestimar. Las autoridades competentes han detectado muy tempranamente el problema, han puesto en marcha medidas sanitariamente correctas y ahora tienen que vigilar la situación e ir tomando decisiones adecuadas al respecto. Entendemos que tendrán que medir periódicamente los niveles de este elemento en nuestras aguas y en las urinotecas disponibles en la Comunidad. Pensamos que deben de comparar distintos indicadores sanitarios para las enfermedades antes citadas y otras, entre zonas con aguas arsenicales y las que contienen poco, para saber si los efectos descritos en otros países han existido aquí en un pasado o están apareciendo ahora. Deben establecer un sistema de vigilancia, que sirva en los años venideros, para detectar precozmente alguno de los riesgos descritos, si es que realmente aparecen aquí. De todos los resultados obtenidos tienen que tener informada a la población y a los sanitarios.
Como les decía al principio y quizás han podido comprobar con la lectura de estas líneas, la toxicología es una ciencia intrínsecamente difícil y por otro lado casi huérfana en Castilla y León. El arsénico de las aguas y sus consecuencias sobre la salud humana, es un tema todavía más difícil y complejo en lo científico, que la propia toxicología en general. El que escribe para esta Tribuna solo entiende de Toxicología médica y por tanto, de otros aspectos relacionados con este tema, ni puede ni debe opinar; aunque si agradecería se potenciase este área de la ciencia en nuestra Comunidad. Por ahora podemos estar tranquilos con la toxicología del arsénico.
Antonio Dueñas Laita es Profesor Titular de Toxicología Clínica de la Universidad de Valladolid y responsable de la Unidad Regional de Toxicología Clínica del Hospital Universitario del Río Ortega.